miércoles, 6 de marzo de 2013

La Joven del arete de perla


–¿Qué estabas haciendo, Griet? -me preguntó.
Me sorprendió la pregunta, pero supe ocultar .mi sorpresa.
–Picando las verduras para la sopa, señor. Siempre colocaba las verduras formando un círculo en el que cada verdura ocupaba un segmento, como si fueran las porciones de una tarta.
Había cinco: col roja, cebolla, puerro, zanahoria y nabo. Utilizaba la hoja del cuchillo para dar forma a cada porción y en el centro del círculo ponía una rodaja de zanahoria.
El hombre dio un golpecito en la mesa con un dedo.
–¿Están puestas en el orden en el que se echan a la sopa? –sugirió, estudiando el círculo.
–No, señor –dije dubitativa. No sabía explicar por qué había colocado así las verduras. Sencilla-mente las ponía como consideraba que debían ir, pero estaba demasiado asustada para decirle tal cosa a aquel caballero.
–Veo que has separado las blancas –dijo, señalando los nabos y las cebollas–. y el naranja y el morado tampoco van juntos. ¿Por qué? –cogió un trocito de col roja y una rodaja de zanahoria y los agitó entre sus manos, como si fueran dados.
Yo miré a mi madre, que movió la cabeza en un leve gesto de asentimiento.
–Los colores se pelean cuando los pones juntos, señor.
Arqueó, las cejas, como si no hubiera esperado esa respuesta.
–¿Y pasas mucho tiempo disponiendo las verduras antes de hacer la sopa?
–Oh, no, señor –contesté confusa. No quería que pensara que era una remolona.

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